sábado, 5 de mayo de 2012

Chiloé, entre el mito y la bruma


Estando ya de vuelta en Buenos Aires, mis breves 5 días de visita por Chiloé parecen casi irreales.
Creo no mentir si les digo que es uno de los lugares más en el límite entre lo "real" y lo onírico en el que he estado, descontando tal vez la Isla de Karabane en Senegal, que me generó un poco esa misma sensación de extrañeza.

De entrada, pasar de una Patagonia fría, ventosa y montañosa a una isla húmeda in extremis con colinas verdes con sus respectivas vaquitas y ovejas, me produjo la impresión de haberme teletransportado directamente a un híbrido a medio camino entre Irlanda y Vietnam. Pero después de 34 horas en bus estaba bien segura de que solo había oradado la infinitamente monótona estepa patagónica argentina. Porque tengo que confesar que gracias a mi improvisación, recién en Natales comprobé que la viabilidad de mi idea de terminar el recorrido chileno en Chiloé estaba lejos de ser logísticamente sencilla. Mis opciones eran tajantes:

1. tomar un vuelo a Puerto Montt (descartado x caro)
2. tomar el barco (descartado porque solo salía una vez a la semana y tardaba 3 días, aunque queda pendiente para otra vuelta)
3. tomar el bus, que como por el sur chileno las rutas terrestres son en parte inexistentes, entra y sube por la costa atlántica argentina, luego cruza la Patagonia a lo ancho y vuelve a entrar en Chile a la altura de Osorno. Osease, más de 2000 kms con el culo en el asiento deglutiendo la peor selección de pelis de la historia de los buses (y tristemente, mi única opción asequible).
Esto claro porque todavía no entró en vigor la teletransportación, de la que me sacaré tarjeta de puntos en cuanto esté disponible!! Y entonces agárrense porque en el momento menos pensado, cuando crean que yo voy de camino a Camboya, por ejemplo, haré ¡plaf! y me corporizaré en vuestras cocinas (a la hora del aperitivo, of course) reclamando un Spritz (con patatas y olivetes, mmm).

Disgresiones aparte, para cuando llegué a Puerto Montt no dudé en frenar y hacer noche ahí, dejando las 4 horas que me faltaban por llegar a la isla para el día siguiente. Es que aunque no quiera aceptarlo ¡¡estoy mayor para estos trotes ya!!!

Una vez descansada y en ruta again, la primera cosa que me sorprendió es que no hay puente para acceder a la isla grande. Y era raro porque desde el puerto de Pargua a Chacao (los puntos más cercanos entre el continente y Chiloé) no hay demasiados kilómetros, pero hay que salvarlos en transbordador (con bus incluido!) cosa que evidentemente ¡me encantó!
Entonces así, acercándome por agua, empezó como una especie de acceso sutil a territorios de fronteras difusas.
 
 mi buseto en el transbordador + vistas del muelle de Castro, recién llegada a la Isla Grande




La humedad es lo primero que te envuelve, y después la arquitectura, que está casi al límite entre lo bucólico y lo cochambroso.
Los destartalados "palafitos", unas casas con patitas largas que viven dentro del agua o las arenas dependiendo de las mareas (que por estas zonas son amplias), construídas con tejuelas hechas de madera de ciprés y pintadas de los colores más estrafalarios, infunden una mezcla de ternura o pena extremas, dependiendo de la posición del sol (y el humor del observador).
En general, el estilo de las construcciones tiene un toque medio germánico, legado de los misioneros que por estas zonas fueron más que nada jesuitas bávaros.
Pero las estrellas a nivel arquitectónico son sin duda las iglesias, más de 140, que teniendo en cuenta la cantidad de pueblitos son como demasiadas, la verdá. Siempre en madera y con unos campanarios que en la época oficiaban también de faros, acaban de darle a las islas una especie de dignidad de esas de lugar venido a menos pero todavía orgulloso de su estirpe originaria.
Y yo no sé por qué, pero nomás llegar tuve como la sensación de entrar en una red de melancolía infinita de la cual era imposible de salir, porque Chiloé tiene algo que atrapa, y que todavía no he sabido identificar claramente.

muestra de tejuelas varias


palafitos' world







3 iglesias 3




Habiéndome alojado en un palafito como tocaba (eso si, el más viejuno y barato de todo Castro, la capital y mi base) me dispuse investigar los alrededores porque sino la opción era sumirme en un devenir de suspiros nostálgicos, cosa que va a ser que no a lugar! (aunque me costó, que el clima invitaba..).
Así es que fui arriba y abajo con unos mini-colectivitos a visitar otras islas más chiquitas siempre transbordador mediante, y conocí entonces Puqueldón, Curaco de Vélez y Achao (donde está la iglesia más antigua), otros pueblos cuquis como Chonchi y Dalcahue, y de remate al Parque Nacional de Chiloé, en la zona de Cucao.

 mercados locales: mariscos ahumados y lanas teñidas a mano con tintes naturales, entre otras cosas


Es justamente Cucao una de las áreas más curiosas dado que estuvo prácticamente aislada del resto de la isla por su difícil acceso, y donde vivían los indios huilliches. Nuestro amigo Darwin, como no, fue uno de los primeros en interesarse por ese hábitat, pero no fue hasta los 60 en que una etnóloga alemana, Lotte Weisner, hizo un estudio de campo de la comunidad en todos sus aspectos, que tardó la ingente suma de 30 años en publicar bajo el sugerente nombre "Cucao, tierra de soledades".
Del parque nacional recorrí senderos dispares, que terminan en una playa de olas furiosas o atraviesan un bosque de tepú, árbol endémico de la isla. También tuve la suerte de decidirme a comer en el fabuloso restaurancito del refugio, un minimundo  aislado de toda la humedad reinante, donde degusté un salmón con papas nativas que estaba ¡de rechupete!
Porque ahí me asabenté que Chiloé tiene una amplia variedad de especies de papas autóctonas que por suerte todavía no se han perdido, aparte de una diversidad de mariscos increíble (están ahorita entre los primeros productores de mejillones del mundo).  De hecho, la actividad de "salir a marisquear" fue una de las bases de la alimentación de la isla, y todavía hoy hay gente que en las islas más chiquitas sale con sus cestita a buscar mariscos cuando la marea baja, para hacer la infaltable paila marina.

Parque nacional, detalles de flora autóctona

 el bosque de tepual y la playa de Cucao




En la que se había convertido en mi cafetería de las tardes encontré un libro excelente que explicaba con bastante profundidad varias cuestiones chilotas, y empecé a enterarme de la harto curiosa historia de la zona. Cosas como que fue arrasada completamente por corsarios holandeses, que se rebeló ante la independencia de Chile proclamándose leal a la Corona Española hasta que la "persuadieron" de unirse a la República recién en 1826; o que de ahí zarpó el Ancud, la goleta que después de no sé cuántas peripecias tomó poder de la región más austral, ratificando la soberanía chilena cerca de lo que hoy es actualmente Punta Arenas.
Pero lo más interesante de todo es que hay una mitología increíblemente rica, no sé si dada por la insularidad o qué. Leyendas como la del Caleuche, un barco fantasma comandado por brujos que atraía con su música a navegantes para esclavizarlos. O el Millalobo, un ser mitad lobo marino mitad hombre, nacido de una mujer con el lobo marino que la salvó de morir ahogada, y cuya función es la de manejar los mares. O la Fiura, una mujer horrenda, insaciable seductora de hombres, que tuerce con su aliento a los que la rechazan.
Y aunque ustedes crean que el mito es solo mito, resulta que el tema de los brujos llegó a un punto tan álgido, que a fines del siglo XIX se hizo oficialmente juicio a un grupo de personas. Resultaba que la organización brujil, llamada "La Mayoría", había tomado dimensiones a la altura de la mafia, oficiando los brujos de una especie de sicarios-mágicos que ajusticiaban por un módico precio y tenían aterrorizados a los vecinos de las islas. Con el juicio se terminó por desarticular al grupo, pero siempre algo queda...
Yo personalmente cuando me enteré que una de las habilidades de los brujos era convertirse en animales, principalmente en perros negros, empecé a atar cabos de la alta población canina en las calles chilenas.

mi café y más casas curiosonas
 





El "curanto", plato nacional de la isla, kitsch y megacalórico: mejillones con carne de cerdo, chorizo, pollo y milcaos (especie de panes hervidos de papa y harina). El original se hace "al hoyo" cocido con piedras calientes.
 
Según Don Víctor, el dueño de mi hostel que es chilote por adopción desde hace 25 años, la isla tiene algo que engancha, pero él tampoco sabe qué es. Cuando le consulté por el puente, me contó que los japoneses presentaron un proyecto para construirlo, pero que gran parte de los chilotes se resiste, porque así acabaría de entrar la modernidad a raudales del continente y ellos quieren preservar lo suyo. Aunque acepta sin tapujos que desde la entrada de las empresas salmoneras, los centros comerciales y ahora con la construcción del casino, difícil será frenar el avance ya.
De los brujos me dijo "la gente mayor de por acá ha visto muchas cosas extrañas, es lo único que le puedo decir" y cerró el tema. Ante lo cual, no pregunté más...

Acodada en el transbordador de regreso ya a Puerto Montt, y pesar de saber que la globalización llega tarde o temprano a todos lados, no pude dejar de sentir una simpatía intensa por el anacronismo nostálgico que desprenden las islas y sus habitantes.
Es que pareciera que aparte de talibana en el fondo soy un poco románticamente demodé, que vamos a hacerle..

 

1 comentario:

  1. Querida Luz,

    Con el mismo título del post nos adentras en un episodio realmente conectado al hombre, a la vida y al mundo. Un post tan breve en palabras como enorme en cuanto a su capacidad de arrastre, su vuelo poético, su refinada e inimitable búsqueda de lo invisible. Esa indagación abstracta en regiones del alma y de la mente que para muchos blogueros queda vedada. Un blog que, además, encuentra en sus enormes desequilibrios estructurales su verdadera razón de ser y su indescriptible éxtasis emocional. No es la perfección, ni la verdad, lo que aspira a capturar tu hermosa escritura, sino la escurridiza y luminosa energía de la vida misma.

    Muestras que aún quedan viajeros en el mundo capaces de elaborar un mundo propio en las páginas de un blog o libro simplemente porque respiras y bebes eso como una forma de vida, y una misteriosa chispa en tu interior te obliga a establecer tus propias reglas y a no hacer algo que ya se había hecho. Es decir, eres creadora. Y no puedes dejar de serlo. Ni siquiera te interesa la narración, ni la trama. Sólo una cosa importa, y es permitirnos, a nosotros, asistir a las secretas conexiones de todas las cosas vivas, como demiurgos o profetas capaces de comprender todo lo que nos destruye y nos llena de paz, todo lo que tememos y lo que amamos, lo que nos aprisiona y nos hace libres.

    Escritora del pulso vital de lo cotidiano, tu único interés es el hombre, y el corazón de tu blog es el perdón como la única y definitiva prueba de amor pleno y definitivo, y como territorio final de redención y sosiego. Somos parte de esa familia y nos permites compartir tus momentos de euforia y tus miserias y épocas de dolor. Pero nunca desde lo moral o lo narrativo, y siempre desde lo sensorial, lo fugaz, crisol de instantes irrepetibles que, en su misma esencia, llega a convocar una tensión psíquica y espiritual muy difícil de describir y que sólo las grandes obras de arte pueden atesorar, y se descubre uno llorando ante tus imágenes y letras, sin saber muy bien si las lágrimas están provocadas por la belleza de esas imágenes o por lo desgarrador y lacerante de algunos pasajes. O quizá porque uno comprende que realmente ya no está solo en el mundo.

    Todo es tan veloz, tan vertiginoso, como un recuerdo, y también, como tal, a menudo no sabemos si lo que estamos leyendo es un hecho objetivo y dramatizado o bien un pensamiento o un anhelo o una necesidad de incluir en ese recuerdo actos o frases que nunca se hicieron o nunca se dijeron. En otras ocasiones, casi parece que asistamos más a un sueño, o al recuerdo de un sueño. Pero en lugar de desorientarnos o de confundirnos entre sueños y recuerdos, nunca perdemos el mapa emocional y sentimental de tu periplo y eso nos ayuda a seguir el blog con total perfección, sin perder jamás la tensión interna del relato.


    Gracias Luz.

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