miércoles, 22 de febrero de 2017

y por fin... ¡se hizo la lluvia!

Seis días llevo en el Gran Buenos Aires. Seis días de desayunos tempraneros, charlas inacabables con mi madre, visitas dosificadas a familiares y amigos y, ¡cómo no!, comida en exceso.. 
Todo eso enmarcado por el calor del verano bonaerense. Calor que esperaba con ansias, por esa cosa de que con menos ropa pareciera que una se siente más feliz.
Así que, como con todas las cosas en versión novedad, ingresé en el estío austral alegre, contraponiendo una sonrisa giocondesca a la frase con la que todos empezaban las charlas "pero viste qué calor hace, che, es in-so-por-ta-ble!!"

Los cuatro primeros días seguí negándome impertérrita al aire acondicionado y las bebidas con hielo, defendiendo la aclimatación espontánea de mi cuerpo al medio: naturismo al palo, wow yeah!

Al quinto día, volviendo de mi segunda expedición a la Capital Federal, la realidad le gana por goleada a los principios utópicos mientras esperando bajo un sol que rajaba la tierra a que llegara mi segundo colectivo, rogaba a los dioses que tuviera aire acondicionado para compensar el asardinamiento del que sabía que era imposible ya librarme..

Hoy, día 6, a las 7 de la matina teníamos 29 grados. Que al final ni el más laureado meteorólogo sabe qué implican porque que si la humedad, la sensación térmica, la esperanza de vida de la liebre y otras cuitas. La cuestión práctica es que ni en el jardín zen de mi madre, arbolado a morir, se podía estar ya sin sentir que tenías encima una losa que te dejaba aplatanado all day long.
Pero finalmente y sin tener que esperar al séptimo día.... ¡¡se hizo la lluvia!!
Y fue como un monzón indio desatando su furia sin previo aviso, desmelenando árboles, liberando paraguas chinos, haciendo a la basura devenir nómada acuática. Humanos por doquier buscando como posesos reparo o remis, calles intentando mantener su reducto contra el agua in crescendo que va luchando a su vez contra un alcantarillado que se resiste con uñas y dientes al triste destino que le asignó vaya a saber qué infame ingeniero.

Yo, entanto que de vacaciones y feliz cual turista perdiz, me voy al patio a dejarme regar por los cielos. Suerte que no gasto complejo de gremlin!


vacaciones... :)